Educar en casa
Un alternativa a las escuelas
           Por Laura Mascaró 
Cada vez somos más las familias  que decidimos hacernos cargo de la educación de nuestros hijos de forma  integral y adquirimos el compromiso de educarlos en casa sin pasar por  el sistema escolar.
La decisión de no escolarizar a los hijos no es fácil en una sociedad  que tiene tan arraigada la creencia de que la escuela es necesaria para  el desarrollo de las personas. Sin embargo, cuando uno adquiere  consciencia de cómo funciona dicho sistema y de la gran influencia que  tiene sobre los niños debe necesariamente preguntarse si está dispuesto a  asumir ese riesgo, a delegar la responsabilidad sobre los propios hijos  durante tantas horas al día, durante tantos días al año y durante  tantos años en la vida.
Me pregunto si queremos que vivan su infancia y juventud a golpe de  timbre, limitados por el calendario y el horario; si queremos que pasen  los días haciendo lo que otras personas les dicen que deben hacer; si  queremos que sean obligados a dedicar su tiempo a asuntos que quizás no  les interesan; si queremos que sus formas de ver, pensar y sentir sean  sustituidas por las de sus profesores o las de sus compañeros; si  queremos que tengan que pedir permiso para hablar, levantarse, beber  agua o ir al baño; si queremos que estudien cuando les dicen que  estudien, que jueguen cuando les dicen que jueguen y que coman cuando  les dicen que coman; si queremos que pasen sus años encerrados en una  clase con otros veintitantos niños de su misma edad preparándose para el  futuro, para ser algo en la vida y para tener un lugar en el mundo.
Me pregunto todo esto y concluyo que quiero que mi hijo sepa escuchar  a su cuerpo, que sepa tomar decisiones razonadas, que sepa reconocer a  sus emociones y sentimientos, que sepa descubrir cuáles son sus  intereses y sus pasiones, que sepa que tiene derecho a perseguirlos.  Porque educar es más que enseñar a leer y a escribir. Educar es  acompañar en el proceso de desarrollo de la personalidad, del intelecto,  del espíritu y también del cuerpo. Quiero que mi hijo aprenda a  relacionarse con todo tipo de personas estableciendo relaciones de  igualdad. Quiero que sepa que no se está preparando para el futuro, sino  que está viviendo el presente, que ya es alguien en la vida y que ya  tiene un lugar en el mundo.
Los niños que son educados en casa saben cuándo tienen hambre, sed o  sueño porque no tienen a su lado a ningún adulto que pretenda saber más  que su propio cuerpo. El sistema educativo no permite la diferencia, no  valora la individualidad sino que uniformiza. Se pretende que todos  aprendan lo mismo al mismo tiempo sin respetar los intereses, las  aptitudes ni los ritmos de cada uno. El estado no debería tratar de  imponer un currículum igual para todos. A muchísima gente no le ha  servido de nada en la vida saber hacer una raíz cuadrada o analizar una  frase. La mayoría, de hecho, lo hemos olvidado. Si hubiera alguna  catástrofe natural y tuviéramos que volver a vivir como en la edad de  piedra, ¿nos salvaríamos? ¿Sabríamos qué plantas son comestibles y  cuáles no? ¿Sabríamos construir una cabaña o una canoa? ¿Sabríamos hacer  fuego sin mecheros ni cerillas? Desde luego, las habilidades que nos  ayudarían a sobrevivir no serían las que aprendimos en el cole.
Pero educar en casa no significa que no hagamos nada, sino todo lo  contrario. Nuestra clase es el mundo entero, y no dividimos el  conocimiento en asignaturas. Esto va más allá de lo académico y creo que  tiene mucho que ver con un estilo determinado de crianza. Considero  fundamental que los niños se autorregulen, por eso en casa no hay  horarios de comida ni sueño, por ejemplo. La autorregulación es una  habilidad innata en todos los seres vivos. Sin embargo, los humanos  empezamos a sofocarla desde el momento en que damos el biberón a  nuestros bebés cada tres horas de reloj, en vez de dar lactancia materna  a demanda. O cuando despertamos al niño porque consideramos,  arbitrariamente, que ya ha dormido suficiente. O cuando les obligamos a  dejar el plato vacío.
Los niños que son dejados en libertad se autorregulan, también, en el  estudio académico. Aunque mucha gente no lo crea, es posible que un  niño estudie matemáticas porque le gusta y sin que nadie le obligue. La  función del padre que educa en casa es la de hacerle ver todas las  posibilidades que el mundo le ofrece. El niño no va a decirte que no le  gustan las mates si no sabe que existen las mates. En cambio, si sabe  que existen y, además, sabe que tienen una utilidad, él mismo va a  querer aprenderlas. La automotivación es fundamental para que la  educación en casa funcione. Y la automotivación es fundamental, también,  para un correcto desarrollo integral de la personalidad.
Legalidad del homeschooling
En España existe un vacío legal respecto de la educación en casa: la  ley no la reconoce expresamente pero tampoco la prohíbe. Las familias  que no escolarizan se amparan, por tanto, en normas de rango superior  como el Principio general de Permisión según el cual todo aquello que no  esté expresamente prohibido se considera permitido y en la Constitución  Española, cuyo artículo 27 reconoce la libertad de enseñanza. Además,  la Constitución las normas relativas a los derechos fundamentales y a  las libertades reconocidas en este texto, se interpretarán de  conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los  tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias  ratificados por España. Y dicha Declaración establece que los padres  tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de  darse a sus hijos.
Todas estas normas son interpretadas por la jurisprudencia en el  sentido de que educación y escolarización no son términos  equivalentes. Los juzgados y tribunales españoles vienen  dictando sentencias favorables a esta opción educativa desde hace años.
*Si lo compartes, por favor, enlaza el artículo original en la web de Namasté. Gracias. 
 
 
   

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