En el encuentro de ALE del pasado mes de mayo, dos madres se sorprendieron enormemente cuando les dije que en casa:
Les hablé de mis teorías sobre la tele y les prometí un post al respecto. Así que aquí lo tenéis, Cutús y Begoña, este Carnaval es para vosotras:
Ejemplo real:
Damián se levanta a las 9.00. No tengo que despertarlo. No va al baño. No se lava la cara. Ni los dientes. No se viste. No desayuna.
Me da los buenos días y se va directo a la tele. Ve los dibujos de Caillou, Arthur, El Zorro, Spiderman y Bob Esponja. Todo seguido, en sesión contínua. Non stop.
A las 11.00 pide comida. Desayuna en la cocina y vuelve a la tele. ¡¡¡HORROR!!!
¿¿Horror??
No, para nada.
Si hubiera escrito: Damián se levanta, se va directo a la estantería y lee 5 libros seguidos durante dos horas... ¿alguien habría pensado ¡¡¡¡HORROR!!!!? Yo no. La tele ha sido su elección para hoy. Tal vez no lo sea para mañana. No lo fue para ayer.
Cuando hablamos de la tele, suelo contar la historia -real- de unos padres que estaban tan convencidos de la maldad del invento que no tenían televisor en casa. Hasta que descubrieron que sus hijos pasaban todas las tardes en casa de su abuela o en casas de amigos para ver la tele, que veían cualquier cosa que echaran y no tenían ningún criterio para elegir qué programas ver.
He leído más de veinte artículos acerca de los niños y la tele. Algunos a favor, otros en contra y otros con una opinión que podríamos calificar de intermedia. Yo misma he pasado por todas esas fases y, durante bastante tiempo, pensé de una determinada manera pero actué de otra. He vivido sin tele durante cinco años y fui coherente con la opinión negativa que tenía acerca de ella; y viví sin cable durante muchos más tiempo (en mi pueblo, antes de la TDT, si no tenías cable, sólo veías unos cuatro o cinco canales). Viví una contradicción cuando creía que los niños no debían estar expuestos a la tele pero me gustaba ponerle vídeos de estimulación temprana a mi hijo. A él también le gustaban. Y, además, las madres solteras a veces tenemos que recurrir a la tele-niñera porque, si no, no podemos ni ducharnos.
Finalmente, puedo decir que encontré el equilibrio:
1) Hay tele
2) No hay normas sobre la tele
3) El niño se autorregula.
Les hablé de mis teorías sobre la tele y les prometí un post al respecto. Así que aquí lo tenéis, Cutús y Begoña, este Carnaval es para vosotras:
Ejemplo real:
Damián se levanta a las 9.00. No tengo que despertarlo. No va al baño. No se lava la cara. Ni los dientes. No se viste. No desayuna.
Me da los buenos días y se va directo a la tele. Ve los dibujos de Caillou, Arthur, El Zorro, Spiderman y Bob Esponja. Todo seguido, en sesión contínua. Non stop.
A las 11.00 pide comida. Desayuna en la cocina y vuelve a la tele. ¡¡¡HORROR!!!
¿¿Horror??
No, para nada.
Si hubiera escrito: Damián se levanta, se va directo a la estantería y lee 5 libros seguidos durante dos horas... ¿alguien habría pensado ¡¡¡¡HORROR!!!!? Yo no. La tele ha sido su elección para hoy. Tal vez no lo sea para mañana. No lo fue para ayer.
Cuando hablamos de la tele, suelo contar la historia -real- de unos padres que estaban tan convencidos de la maldad del invento que no tenían televisor en casa. Hasta que descubrieron que sus hijos pasaban todas las tardes en casa de su abuela o en casas de amigos para ver la tele, que veían cualquier cosa que echaran y no tenían ningún criterio para elegir qué programas ver.
He leído más de veinte artículos acerca de los niños y la tele. Algunos a favor, otros en contra y otros con una opinión que podríamos calificar de intermedia. Yo misma he pasado por todas esas fases y, durante bastante tiempo, pensé de una determinada manera pero actué de otra. He vivido sin tele durante cinco años y fui coherente con la opinión negativa que tenía acerca de ella; y viví sin cable durante muchos más tiempo (en mi pueblo, antes de la TDT, si no tenías cable, sólo veías unos cuatro o cinco canales). Viví una contradicción cuando creía que los niños no debían estar expuestos a la tele pero me gustaba ponerle vídeos de estimulación temprana a mi hijo. A él también le gustaban. Y, además, las madres solteras a veces tenemos que recurrir a la tele-niñera porque, si no, no podemos ni ducharnos.
Finalmente, puedo decir que encontré el equilibrio:
- me gusta la tele y lo reconozco
- a mi hijo le gusta la tele y no lo considero un problema
- tenemos tele
- no tenemos normas acerca de la tele (no, ninguna, en serio)
Precisamente el fundamento del unschooling es la creencia -la certeza, en realidad- de que el aprendizaje está en todas partes. Es el "vivo, luego aprendo" de Pam Sorooshian. Y la tele es tan válida como una visita a un museo, como la lectura de un libro o como las clases de una academia.
Lo fundamental es tener el suficiente criterio para discriminar y evitar la influencia negativa que la tele pudiera tener en nuestras vidas, quedándonos sólo con la positiva. Pondré cuatro ejemplos (reales) para que quede más claro:
1) Un niño que nunca había querido probar las pizzas, las probó sólo después de haber visto los dibujos de las Tortugas Ninja, porque quería tener tanta fuerza como ellas.
2) A otro niño le pasó lo mismo con las hamburguesas y Bob Esponja.
3) Y, a otro, lo mismo con la fruta y Lazy Town (las "sport-chuches" de Sportacus)
4) Por último, Damián quisó aprender kárate después de ver un capítulo de Bob Esponja en el que lo practicaban; y sólo han empezado a interesarle las manualidades a los cuatro años y medio de edad, después de descubrir el programa Art Attack. Y no será porque en sus dos años de cole no lo intentaran... (a la fuerza, claro).
Estos son cuatro ejemplos (cinco) de influencia positiva. Pero, ¿qué impide que estos cuatro niños quieran, también, tirarse por la ventana para ser como Supermán? El criterio. Y, que tengan o no tengan criterio, depende de muchos otros factores. Sobretodo, de la educación y del ejemplo. Os preguntaréis qué tiene esto que ver con el homeschooling. Joyce Fetteroll lo dijo estupendamente: "las vidas de los unschoolers carecen de los factores que causan que los niños usen la TV de un modo inadecuado".
Los niños que quieren ver la tele todo el día, son los niños que saben que no les dejarán hacerlo. Los niños que son dejados en libertad, en cambio, se autorregulan. No tienen necesidad de tele porque saben que está ahí, disponible para ellos en cualquier momento. El otro día tuve una prueba de ello. Damián, sentado frente a la tele, me dijo: "¿Por qué estoy viendo los dibujos si ahí están mis juguetes?". Apagó la tele y se puso a jugar. Si le hubiera prohibido ver la tele, muy probablemente habríamos tenido una cruda discusión con gritos, llantos y toda la historia. Pero sólo tuvimos paz.
A los que prohiben o limitan la tele a sus hijos les pregunto cómo se sentirían si alguien -sus maridos, sus jefes o quien fuera- les prohibiera o limitara algo que les gustase. Si no te dejaran poner música mientras cocinas o mientras limpias, si no te dejaran leer lo que quisieras, cuando y cuánto quisieras.
Hay quien se preocupa por el hecho de que la tele pueda transmitir valores que vayan en contra de sus valores familiares. Bueno, no es sólo la tele. Es la sociedad en general. Aunque les quites la tele, seguirán teniendo influencias externas, ajenas a ti, que pueden ser contrarias a tus valores. Y, sin embargo, debemos tener la tranquilidad de que los padres tenemos un grado de influencia muchísimo mayor que cualquier otro factor; más la tranquilidad de saber que estamos criando niños con sentido crítico que no serán tan fácilmente influenciables.
Y los anuncios. Bueno, a mi me encantan los anuncios y eso no significa que quiera todo lo que sale en ellos. Ver anuncios es como ver una sesión de cortos. Y algunos son realmente creativos. Cuando los niños piden las cosas que ven en los anuncios, la reacción habitual de los padres es negativa: "no puedes pedir todo lo que veas, no tenemos dinero,ya no caben más juguetes en esta casa" etc, etc. Pero, los adultos que no son sus padres suelen reaccionar de un modo más positivo, interesándose por saber qué es lo que le ha llamado la atención del objeto en cuestión, o por cómo cree el niño que lo usaría, o por si sus amigos lo tienen igual, o cualquier otra cosa que no sea preocuparse porque el niño se esté volviendo consumista.
En mis debates conmigo misma acerca de la tele, siempre he encontrado más argumentos a favor que en contra. Luego he tenido que aceptarlo y, cuando lo he conseguido, ha llegado la paz a mi casa. El proceso ha valido la pena.